Las peluqueras de a 25, todas con sus melenas muy amarillas y sus pieles color bronce casi café, el de las donas duras de a 4 por 10, Los GI Joe piratones y los tenis “Kike” con la palomita al revés, de las cantinas emergen olores que inundan toda la calle Mina, asi como pirujas y viejitos borrachos con el hocico roto que han gastado el dinero y sus herramientas.
Por allá una señora grita: churros y elotes, y el de la lotería nacional anunciando el premio de navidad de 250 millones, las cloacas huelen a basura y los restaurantes del mercado huelen bien, pero no me arriesgo a comerme un caldito de pollo, la hepatitis vuela muy rápido y a ese restauran lo separa solo dos minipeluquerias atiburradas de niños feos que piden el corte del rapero de moda, de los baños púbicos y los cuartos de 30 pesos.
Mi madre apura el paso y hace buenas compras, mi hijo pegado a ella quiere todo y mi padre dice: mejor en El Paso, allá están a 4 dólares, yo trato de darme mi baño de pueblo y explico las historias que vivía cuando de la mano de mi morrilla de prepa la acompañaba a agarrar la ruta Lomas hasta la Velarde, de cuando comprábamos lonches de “cólera” (colita de pavo) y la salsa furiosa de los mariscos montes y burritos de a peso de la Pila. Recuerdo cuando mi papá compraba telas y zippers de fayuca y la vhs que nos quitaron los aduanales.
Y de pronto me sorprendo sintiendo vergüenza, soy un puto esnobista en el centro, comprando artesanías, tomando fotos del Cuauhtémoc, hasta un mendigo elote es un artefacto cultural. La foto con el Tin Tan y las bonitas postales de la gente apurada por que la noche viene y esta ciudad se quedará desierta por que después de todo, el diablo se metió en este pueblo y no se quiere salir.
Ya nada volverá a ser como antes…
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