Hace algunos días me perdí unas semanas en el sureste mexicano, los paisajes son imponentes, le hacen a uno darse cuenta de que en realidad lo que importa es todo y quizas no tanto la microparticula suspendida en este universo que es uno. Uno suele verse en su vida como poseedor del todo, como transformador del todo, como dueño de todo, y claro, como protagonista de esta pinche vida matraca en la que está por demás decirlo, defecamos todos por igual.
En este caracter arrogante de ser una potencia biosferica, recorrímos por igual zonas turisticas como zonas de dificil acceso, pero la selva lacandona estaba allí como susurrando al oído haciendome saber lo contrario, no soy más que un corto circuito en el universo, con una vida potencialmente extinguible, frágil, y sin más importancia que la de uno de esos arboles pelones del tronco que veíamos.
Todo el camino la selva, la laguna, los indigenas, me iban develando secretos, que supuestamente reforzarían mi vida, se me develó por ejemplo que debía comenzar a construir un futuro sensato, dejar la bebida, pensar en engendrar un hijo, y desvivirme por quien ocupa el puesto de primera dama legítima de mi corazón. La selva fue dulce cuando se requirió, la selva fue imparcial cuando se requirió, la selva fue culera cuando lo vió necesario, dependiendo del momento didactico emocional en que me encontrara, se las arregló bien como esas psicológas de racional emotiva con resequedad vaginal, al final, se apiadó de mí y me dejó vivir, con todo y todos esos litros de aguardiente que bebí.
Pero, esto no se podía quedar así, mí ninguna pinche voz mística misteriosa me dice que hacer con mi vida, así que después de estar tatemandola un rato, decidí escudriñar mis empolvados conocimientos psicoanalíticos, y me dí a la tarea de ver qué pedo...
Y como siempre, ahí está mi amadisima ciencia, yo no sé que hago alejada de ella, que me dice que efectivamente la selva lacandona me hizo encontrarme, y mis múltiples mecanismos de defensa fueron alterados por un aparente cese de mi neurosis, claro, alejado de la fuente de neurosis que es esta ciudad y las huellas que ha dejado en mí, mi coraza caracterologica cedió y con esto vino la activación de mi crisis de los 30s. Ya se había tardado en pasarme la factura, he vivido la década de los 20s en su totalidad como un adolescente, en absoluta Rebeldía a todo lo establecido.
Se supone que debo empezar a madurar, y sí, solo hace unos días me sorprendí diciendo en una reunión con unos compas: "es que yo tengo un problema con los adultos"... Y todos se me quedan viendo así como diciendo, "y que tú no eres un adulto, wey". Me he negado a empezar a pudrirme, es todo. Sentar cabeza no es para mí, me niego rotundamente a dejar de soñar, a dejar de la valentía que concede la irresponsabilidad de la juventud, (que dicen los mayores que nos hace menos buenos que ellos), me niego a asumirme como un individuo responsable y cobarde.
Por eso, a un año y medio de los treinta, le digo a los treinta que pueden esperar sentados mi madurez, es hora sin duda de muchas cosas que quiero hacer, pero no es por que las obligaciones sociales así lo demanden, es por amor, por amor a la Revolución. Seguiré y quizás tenga 50 y me verán comportandome como si aun tuviera 17, fallando, acertando, ariezgando lo que me queda de pellejo, (no es albur), tomando medidas locas ante situaciones locas, diciendo que tengo un problema con los viejos del alma, y todo con el firme propósito de seguir en el buen camino de la Rebeldía.
Por que madurar es empezar a pudrirse. Estoy de regreso!
2 comentarios:
El show debe continuar y lo que no te traume que se vuelva experiencia.
ojala no estuviera escuchando jazz en este momento te podria poner un comentario ...solo puedo decir que seremos unos peter pan toda la vida!!!
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