Un calcetín suyo a mitad de la cama, el cajón de sus calzones en el piso y yo en la puerta, con la madrugada entre las uñas, el sol en la cara y la jaqueca justa, después de festejar su partida con alguna de sus amigas que aun conservo.A mis ojos venían los suyos llorando, furiosos, pero aun con esa esperanza con que me miraron siempre, y a mis oídos su voz con sonido de trompeta apocalíptica, diciendo que está era la ultima vez que llenaba la maleta, que era aun tiempo de pedir perdón.
Y un repentino pánico se apoderó de mis manos.
He de admitir que desde ese día no sé bien a donde voy, pero también sé que sabré exactamente cuando halla llegado.






