A mis ojos venían los suyos llorando, furiosos, pero aun con esa esperanza con que me miraron siempre, y a mis oídos su voz con sonido de trompeta apocalíptica, diciendo que está era la ultima vez que llenaba la maleta, que era aun tiempo de pedir perdón.
Y un repentino pánico se apoderó de mis manos.
He de admitir que desde ese día no sé bien a donde voy, pero también sé que sabré exactamente cuando halla llegado.