La casa de Matagalácticos, en una muestra inusitada de humildad,
Agradece a Edmundo “rey del doble refrito” Zavala, por su valiosa participación, con este texto. Accediendo a su insistencia y atemorizado por las constantes amenazas lanzadas hacia el cuerpo editorial, además de para el regocijo de las bellas féminas que visitan esta pagina, publicamos esta foto donde apreciamos a Un “Radish” misterioso y oscuro.
Llegó don Juan al Cielo y pidió ser admitido en el paraíso.
San Pedro, portero de la morada celestial, revisó su expediente y le informó:
-No puedes entrar. Veo en tu libro que amaste a mil mujeres.
-A una sola amé en todas ellas -replicó don Juan-.
No amé a mil mujeres: amé a la mujer.
-Eres sutil razonador -le dijo el de las llaves-.
Pero tus argumentos son falaces. No serás admitido en el paraíso.
-Está bien -replicó don Juan-.
Las mil mujeres que dices me admitieron en el suyo.
Conocí mil paraísos. Uno más no importa: me basta y sobra con el recuerdo de los otros.
Así diciendo se alejó don Juan, tranquilo.
E intranquilo se quedó San Pedro, pensando en los paraísos que él no había conocido.
Armando Fuentes Aguirre
Agradece a Edmundo “rey del doble refrito” Zavala, por su valiosa participación, con este texto. Accediendo a su insistencia y atemorizado por las constantes amenazas lanzadas hacia el cuerpo editorial, además de para el regocijo de las bellas féminas que visitan esta pagina, publicamos esta foto donde apreciamos a Un “Radish” misterioso y oscuro.
Llegó don Juan al Cielo y pidió ser admitido en el paraíso.
San Pedro, portero de la morada celestial, revisó su expediente y le informó:
-No puedes entrar. Veo en tu libro que amaste a mil mujeres.
-A una sola amé en todas ellas -replicó don Juan-.
No amé a mil mujeres: amé a la mujer.
-Eres sutil razonador -le dijo el de las llaves-.
Pero tus argumentos son falaces. No serás admitido en el paraíso.
-Está bien -replicó don Juan-.
Las mil mujeres que dices me admitieron en el suyo.
Conocí mil paraísos. Uno más no importa: me basta y sobra con el recuerdo de los otros.
Así diciendo se alejó don Juan, tranquilo.
E intranquilo se quedó San Pedro, pensando en los paraísos que él no había conocido.
Armando Fuentes Aguirre
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