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Todos tenemos esa capacidad dual de ser un ángel o un demonio.
De vez en mes el maligno posa una garra en mi alma y me hace ser fatídico, un infalible terremoto que derrumba en 5 minutos edificaciones que se levantaron con mucho esfuerzo.
Otras veces, soy un cordero sumiso que solo espera que la hora de la muerte llegue a manos de quien dice amarlo.
“Crucificame que me gane la cruz y los clavos,
Con dos ladrones que me roben el taparrabo,
Y clavame una lanza en la panza,
Cuidado que puedo resucitar!”
A. Calamaro.
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